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Edwin George Morgan (Glasgow 1920 - 2010)

Makar - Bardo de Escocia 2004

El Picnic

El Picnic

Entre la neblina lluviosa, blanca y gris,

nos sentamos bajo un árbol viejo,

brindamos con té por la montaña de polvo,

alegres sin beber, jugando a lanzar

la petaca vacía, que sobre las agujas de pino

rodó sigilosa hasta perderse —

tú yacías

con un brazo bajo la lluvia, riendo

sacudiendo solo tu pelo mojado

libre sobre la hierba, en aquel lugar encantado

de té, con cortinas de  lluvia de verano

cayendo a nuestro alrededor, por un día de lluvia.

Collected Poems 1990

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The Picnic In a little rainy mist of white and grey we sat under an old tree, drank tea toasts to the powdery mountain, undrunk got merry, played catch with the empty flask, on the pine needles came down to where it rolled stealthily away – you lay with one arm in the rain, laughing shaking only your wet hair loose against the grass, in that enchanted place of tea, with curtains of a summer rain dropped round us, for a rainy day.

Clydegrae

Clydegrade

Hacía tan buen tiempo que nos quedamos allí durante horas.
Las anchas y largas calles brillaban con fuerza tras la lluvia.
El atardecer cegaba el temblor de la grúa
que observábamos, deslumbraba las torres del helipuerto.
Los edificios altísimos refulgían, se encendían,  grises, se apagaban
de nuevo grises, se encendían, refulgían — camaleones bajo el bombardeo
de sol y nubes. El último saco de truenos
estalló y dejó caer su gruñido. Como una ziggurat en sombras,
una central eléctrica se reflejaba en el plomo
del viejo río crepuscular saltaba a la vida
encendía cada ventana, y una barca
de estudiantes remaba río abajo, deslizándose del negro al rojo
hasta el resplandor. Pero ¿a dónde llegarán,
si todo —la barca, la ciudad, la tierra— flota como ellos?

Sonets from Scotland 1984

Clydegrade It was so fine we lingered there for hours. The long broad streets shone strongly after rain. Sunset blinded the tremble of the crane we watched from, dazed the heliport-towers. The mile-high buildings flashed, flushed, greyed, went dark, greyed, flushed, flashed, chameleons under flak of cloud and sun. The last far thunder-sack ripped and spilled its grumble. Ziggurat-stark, a power-house reflected in the lead of the old twilight river leapt alive lit up at every window, and a boat of students rowed past, slid from black to red into the blaze. But where will they arrive with all, boat, city, earth, like them, afloat?

Trio

Trio

Subiendo por Buchanan Street, deprisa, en una tarde helada de invierno,
un joven y dos chicas, bajo las luces navideñas –
El joven lleva una guitarra nueva en brazos,
la chica del interior lleva un bebé muy pequeño,
y la chica del exterior lleva un chihuahua.
Y los tres se ríen, su aliento se eleva
en una nube de felicidad, y al pasar
el chico dice: “¡Ya verás la cara que pone cuando vea esto!”
El chihuahua lleva un diminuto abrigo de tartán Royal Stewart, como un salvamanteles,
el bebé en su mantita blanca tiene los ojos muy abiertos y la boca como una guinda en una tarta recién hecha,
la guitarra se dibuja abultada bajo su funda de plástico lechoso, sujeta por el mástil con cinta plateada de espumillón y una alegre ramita de muérdago.
¡Ramita de Orfeo! ¡Bebé que te derrite! ¡Un cálido chihuahua!
El valle de lágrimas no puede nada contra vosotros.
Nazca o no nazca Cristo, vosotros
liquidáis al destino, que abdica
bajo las luces navideñas.
Los monstruos del año
se borran, se dispersan,
no pueden con la marcha de estos tres.
– Y los tres han pasado, se han desvanecido entre la multitud
(aunque no del todo, pues en sus brazos llevan
la vida de hombres y bestias, y la música,
y la risa que los rodea como una salvaguarda)
al final de este día de invierno.

The Second life 1968 

TRIO Coming up Buchanan Street, quickly, on a sharp winter evening a young man and two girls, under the Christmas lights – The young man carries a new guitar in his arms, the girl on the inside carries a very young baby, and the girl on the outside carries a chihuahua. And the three of them are laughing, their breath rises in a cloud of happiness, and as they pass the boy says, ‘Wait till he sees this but!’ The chihuahua has a tiny Royal Stewart tartan coat like a teapot- holder, the baby in its white shawl is all bright eyes and mouth like favours in a fresh sweet cake, the guitar swells out under its milky plastic cover, tied at the neck with silver tinsel tape and a brisk sprig of mistletoe. Orphean sprig! Melting baby! Warm chihuahua! The vale of tears is powerless before you. Whether Christ is born, or is not born, you put paid to fate, it abdicates under the Christmas lights. Monsters of the year go blank, are scattered back, can’t bear this march of three. – And the three have passed, vanished in the crowd (yet not vanished, for in their arms they wind the life of men and beasts, and music, laughter ringing them round like a guard) at the end of this winter’s day.

Abran las puertas

Abran las puertas

¡Abran las puertas! Luz del día, entra; luz de la mente, irradia hacia fuera.
Tenemos un edificio que es más que un edificio.
Hay un intercambio entre el interior y el exterior, entre la claridad y la sombra,
entre el mundo y quienes piensan sobre el mundo.
¿No es un misterio? Las partes se cohesionan, se juntan como pétalos de una flor,
y sin embargo también extienden sus lenguas para sentir y saborear la tierra fecunda.
¿Querían columnas clásicas y frontones previsibles? ¿Un rugido de vieja grandeza gótica? ¿Una caja aburridamente placentera?
¡Aquí no, gracias! Ni icono, ni IKEA, ni iceberg, sino curvas y cavernas, rincones y nichos, agrupaciones y cielos, sincopas y sorpresas.

Dejen la simetría para el cementerio.
Pero traigan pizarra y acero inoxidable, granito negro y granito gris,
roble curado y sicómoro, hormigón rubio y suave como la seda — la mezcla está casi viva — espira y llama — ¡no es mármol imperial!
Bajen por la Milla, hacia el corazón de la ciudad, más allá de la iglesia de San Giles y las callejuelas y callejones de los conocidos fantasmas de la historia, que bebieron su clarete y cayeron por las escaleras empinadas de los pisos sociales en brazos de los “link-boys”,

pero que escribieron y hablaron la Ilustración estrellada de sus días —
Y antes que ellos los “auld makars” que susurraban al oído de un rey escocés con melodía, picardía y consejos sinceros —
Y cuando estén ahí, allá abajo, en medio de todo, no en lo alto de la colina con la nariz hacia arriba,
Aquí es donde saben que debe estar su parlamento
Y aquí es donde está, justo aquí.
¿Qué quiere la gente de este lugar? Que esté lleno de personas pensantes tan abiertas y aventureras como su arquitectura.
Un nido de miedicas es lo que no quieren.
Un simposio de procrastinadores es lo que no quieren.
Una falange de pelotas es lo que no quieren.
Y quizá, por encima de todo, el mantra apagado de “no fui yo” es lo que no quieren.
Queridos amigos, queridos legisladores, queridos parlamentarios, están retomando un hilo de orgullo y autoestima que ha estado casi, pero no del todo, oh no, no del todo, jamás roto ni olvidado.
Cuando se reúnan, se reunirán de nuevo, con la sensación de no tener todo el poder, todavía no todo el poder, pero con un buen sentido de lo que alguna vez estuvo en el honor de su alcance.
Está bien. Olviden, o no olviden, el pasado. Las trompetas y las togas están bien, pero en el presente y en el futuro necesitarán algo más.
¿Qué es? Nosotros, el pueblo, aún no se lo podemos decir, pero lo sabrán cuando se lo digamos.
Les damos nuestro consentimiento para gobernar, no se lo guarden y se larguen.
Les damos nuestro más profundo y sincero deseo de que gobiernen bien, no digan que no tienen mandato para ser valientes.
Les damos este gran edificio, no permitan que su trabajo y esperanza sean menos que grandes cuando entren y comiencen.
Así que ahora comiencen. Abran las puertas y comiencen.

Best Scottish Poems 2005 

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Open de doors Open the doors! Light of the day, shine in; light of the mind, shine out! We have a building which is more than a building. There is a commerce between inner and outer, between brightness and shadow, between the world and those who think about the world. Is it not a mystery? The parts cohere, they come together like petals of a flower, yet they also send their tongues outward to feel and taste the teeming earth. Did you want classic columns and predictable pediments? A growl of old Gothic grandeur? A blissfully boring box? Not here, no thanks! No icon, no IKEA, no iceberg, but curves and caverns, nooks and niches, huddles and heavens, syncopations and surprises. Leave symmetry to the cemetery. But bring together slate and stainless steel, black granite and grey granite, seasoned oak and sycamore, concrete blond and smooth as silk – the mix is almost alive – it breathes and beckons – imperial marble it is not! Come down the Mile, into the heart of the city, past the kirk of St Giles and the closes and wynds of the noted ghosts of history who drank their claret and fell down the steep tenements stairs into the arms of link-boys but who wrote and talked the starry Enlightenment of their days – And before them the auld makars who tickled a Scottish king’s ear with melody and ribaldry and frank advice – And when you are there, down there, in the midst of things, not set upon an hill with your nose in the air, This is where you know your parliament should be And this is where it is, just here. What do the people want of the place? They want it to be filled with thinking persons as open and adventurous as its architecture. A nest of fearties is what they do not want. A symposium of procrastinators is what they do not want. A phalanx of forelock-tuggers is what they do not want. And perhaps above all the droopy mantra of ‘it wizny me’ is what they do not want. Dear friends, dear lawgivers, dear parliamentarians, you are picking up a thread of pride and self-esteem that has been almost but not quite, oh no not quite, not ever broken or forgotten. When you convene you will be reconvening, with a sense of not wholly the power, not yet wholly the power, but a good sense of what was once in the honour of your grasp. All right. Forget, or don’t forget, the past. Trumpets and robes are fine, but in the present and the future you will need something more. What is it? We, the people, cannot tell you yet, but you will know about it when we do tell you. We give you our consent to govern, don’t pocket it and ride away. We give you our deepest dearest wish to govern well, don’t say we have no mandate to be so bold. We give you this great building, don’t let your work and hope be other than great when you enter and begin. So now begin. Open the doors and begin.

Siete décadas

¡A los diez supe que Mayakovski había muerto,
aprendí mi primera palabra en ruso, lyublyu;
vi a mi profesor de inglés sacarse la cera
con un HB muy mordido, y hacer reír
a la clase entera burlándose de mi redacción,
donde había escrito herbaje lozano por hierba verde.
¿Tenía razón? ¡Pues le odié!
Y no tenía razón, el imbécil.
Un escritor sabe lo que necesita,
como luego se vio.

A los veinte me dieron la mochila, órdenes de marcha,
adiós al amor, no a las armas (aunque
nuestras únicas armas eran camillas),
un invierno helado en Glentress
donde intentaba encender el fuego
para los cocineros a las seis,
y me eligieron como auxiliar de intendencia —

"éste parece un poco menos
bruto que los otros"—,
hice prácticas con gas que escocía dentro de la tienda,
conocí a Tam McSherry, que se tiraba pedos
musicales.

A los treinta creí que la vida me había pasado de largo,
traducía Beowulf por falta de amor.
Y los líos de una noche en callejones del centro —
eran oscuros por entonces — eran salvajes,
pero tristes.

Sydney Graham en Londres me dijo:
"Siempre lo sospeché", y me besó en la mejilla.
Y traduje a Rilke "la soledad es como la lluvia",

 y semana tras semana tras semana
luché por desatarme,
sudé por hablar.

A los cuarenta desperté, vi que era de día,
descubrí que había amor, oí otro latido, oí a los Beats,
mandé solidaridad por avión a la
revolución poético-concreta de São Paulo,
conocí Glasgow — ¿qué? — conocí Glasgow de nuevo —
de algún modo nuevo conmigo, con John, con grúas, con la difusión de otra revolución concreta, no mala,
no buena, pero nueva. Y lo nuevo no era ilusión:
una primavera de palabras,
una muda de piel,
una ablución.

A los cincuenta empecé a tener malos sueños
sobre Palestina, y vi venir cosas terribles,
empecé a escribir mi larga guerra no escrita.
Era un Simbad de cien manos entonces,
desenrollaba y enrollaba alfombras de sangre y amor,
levantaba tiendas de dolor, hacía hombres del polvo
y enterraba a los hombres en el polvo. 

Dirigí una tesis sobre Doughty, ese gran inglés
que devolvió toda Arabia
con su dura pluma.

A los sesenta estaba de pie junto a una tumba.
Los vientos de Lanarkshire eran altos y bramaban.
Sabía lo que había perdido, lo que había tenido.
El Oriente me había enseñado sobre el destino, pero aún así
fue el momento más duro, más aún:
la peor de las épocas en cuanto a reproches,
la voluntad que no actuó,
el bien que no se hizo.
El perdón debe ser como los manantiales
que llenan los surcos vacíos hasta que esperan
hasta que ...

hasta que ...

A los setenta pensé que había llegado al otro lado,
como atravesar una cortina de cuentas en Port Said,
a algo que antes era solo sombras,
figuras y voces de los tiempos que vendrían,
quizá aún sorprendentes. Las cuentas suenan
apenas al chocar detrás de mí.
Nada de luz de velas, por favor, déjala para Europa.
Enciende todo.
Cuando entre, quiero que esté todo iluminado,
quiero atrapar lo que haya
a plena vista.

En su 70 cumpleaños, 1990 

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Siete décadas

Seven Decades At ten I read Mayakovsky had died, learned my first word of Russian, lyublyu; watched my English teacher poke his earwax with a well-chewed HB and get the class to join his easy mocking of my essay where I’d used verdant herbage for green grass. So he was right? So I hated him! And he was not really right, the ass. A writer knows what he needs, as came to pass. At twenty I got marching orders, kitbag, farewell to love, not arms, (though our sole arms were stretchers), a freezing Glentress winter where I was coaxing sticks at six to get a stove hot for the cooks, found myself picked quartermaster’s clerk – ‘this one seems a bit less gormless than the bloody others’ – did gas drill in the stinging tent, met Tam McSherry who farted at will a musical set. At thirty I thought life had passed me by, translated Beowulf for want of love. And one night stands in city centre lanes – they were dark in those days – were wild but bleak. Sydney Graham in London said, ‘you know I always thought so’, kissed me on the cheek. And I translated Rilke’s Loneliness is like a rain, and week after week after week strained to unbind myself, sweated to speak. At forty I woke up, saw it was day, found there was love, heard a new beat, heard Beats, sent airmail solidarity to Saõ Paulo’s poetic-concrete revolution, knew Glasgow – what? – knew Glasgow new – somehow – new with me, with John, with cranes, diffusion of another concrete revolution, not bad, not good, but new. And new was no illusion: a spring of words, a sloughing, an ablution. At fifty I began to have bad dreams of Palestine, and saw bad things to come, began to write my long unwritten war. I was a hundred-handed Sindbad then, rolled and unrolled carpets of blood and love, raised tents of pain, made the dust into men and laid the dust with men. I supervised a thesis on Doughty, that great Englishman who brought all Arabia back in his hard pen. At sixty I was standing by a grave. The winds of Lanarkshire were loud and high. I knew what I had lost, what I had had. The East had schooled me about fate, but still it was the hardest time, oh more, it was the worst of times in self-reproach, the will that failed to act, the mass of good not done. Forgiveness must be like the springs that fill deserted furrows till they wait until – until – At seventy I thought I had come through, like parting a bead curtain in Port Said, to something that was shadowy before, figures and voices of late times that might be surprising yet. The beads clash faintly behind me as I go forward. No candle-light please, keep that for Europe. Switch the whole thing right on. When I go in I want it bright, I want to catch whatever is there in full sight.

EDWIN MORGAN -  Apunte biográfico

Edwin Morgan nació el 27 de abril de 1920 en Glasgow, Escocia, en una familia de clase media. Creció en un ambiente urbano que influyó profundamente en su visión literaria, especialmente en su fascinación por la vida en la ciudad y la cultura escocesa. Desde joven mostró gran interés por la literatura y la música, dos elementos que permearan su obra a lo largo de toda su vida.

Durante su infancia y adolescencia, Morgan asistió a la Glasgow High School, donde destacó por su talento para las letras. Más tarde estudió en la Universidad de Glasgow francés y ruso, especializándose en literatura inglesa, y también se interesó por las lenguas clásicas y modernas, lo que más tarde se reflejaría en su actividad como traductor.

Vivió la mayor parte de su vida en Glasgow, ciudad que amaba y que aparece como un telón de fondo constante en su poesía.

Morgan sirvió en la Segunda Guerra Mundial, experiencia que le marcó, aunque rara vez la trató directamente en su obra. Tras la guerra, trabajó como profesor universitario durante muchos años, labor que compaginó con su carrera literaria.

Su personalidad era conocida por su humildad, sentido del humor y generosidad intelectual. Fue mentor y referente para muchos poetas escoceses jóvenes y apoyó la difusión de la poesía en dialecto escocés, contribuyendo a la reivindicación de la identidad cultural de Escocia en el ámbito literario.

En 2004 fue nombrado Poeta Nacional de Escocia, reconocimiento que subrayó su importancia y legado. Murió en 2010, dejando una obra extensa y variada, muy apreciada por su innovación y su compromiso con la cultura y la lengua de Escocia.

Biografía

El poeta y amigo Angus Colder nos habla sobre Morgan Al comienzo de los sesenta, Edwin Morgan ya tenía cuarenta. Nadie habría podido predecir que, al terminar la década, estaría consolidándose como uno de los poetas contemporáneos más leídos en lengua inglesa, y mucho menos que, bastante antes del año 2000, algunos críticos bien considerados llegarían a aclamarlo como el escritor escocés más poderoso desde Hugh MacDiarmid. En un poema autobiográfico, Siete décadas, Morgan escribió sobre los años cincuenta: «A los treinta pensé que la vida se me había pasado... Y semana tras semana tras semana me esforzaba por liberarme, sudaba por decir algo». Mientras enseñaba en la Universidad de Glasgow, Morgan escribió trabajos útiles y reseñas interesantes, como hacen los profesores más comprometidos y curiosos. Era un crítico excelente —tanto de prosa como de poesía— y un estudioso riguroso con amplios horizontes. Llegó a adquirir cierta reputación como traductor de poesía, con un interés especial por la literatura rusa. Y de pronto —¡zas!— los años sesenta fueron tan suyos como lo fueron de Warhol o de los Beatles. En 1962 se mudó del hogar familiar a su propio piso en Anniesland. Reservado y erudito, era un romántico encubierto cuya novela favorita era Cumbres borrascosas. En 1963 vivió por fin su primera relación amorosa plena, con John Scott, un católico romano de familia obrera que trabajaba como almacenista. The Second Life también nos ofreció un estremecedor estallido al estilo beat sobre La muerte de Marilyn Monroe, y un espléndido poema de amor, Fresas, que ya le reveló como homosexual a muchos de nosotros, años antes de que Morgan saliera del armario. Pero había más: paisajes infernales imaginarios (En el escudo de Sobieski, Desde el dominio de Arnhem) —no en vano El paraíso perdido era uno de los poemas favoritos de Morgan—, y experimentos hilarantes con el lenguaje. La perra espacial rusa Laika envía un mensaje al primer astronauta, Yuri Gagarin: «¡estrella! ¡mancha! ¡sputt! ¡alto! ¡estrella! sputsput! estrella! surtidor! chorro! arranque!» star! spot! sputt! stop! star! sputsput! star! spout! spurt! start!" En 1969, la fama mundial de Morgan despegó al ser incluido en Penguin Modern Poets 15. A medida que el libro circulaba por el mundo, era como si se hubiera roto una presa que impedía la plena expresión de Morgan. Los años 1972 y 1973 fueron anni mirabiles. Una pequeña editorial de Peeblesshire publicó sus Sonetos de Glasgow, que atrajeron críticas importantes. Y bien merecido que lo tenían. Una línea en particular —«El perro escuálido folla con desgana junto al callejón»— ejemplifica la intuición de Morgan de que una sola palabra escocesa en un poema en inglés puede tener un impacto enorme. ("The shilpit dog fucks grimly by the close" Shilpit, como cualquiera puede adivinar, significa “con aspecto famélico”.) No hay una conexión evidente entre el amor romántico y la poesía concreta, pero Morgan supo hacer maravillas con una moda internacional que muchos se alegraron de ver desaparecer. El movimiento de la poesía concreta claramente estimulaba su entusiasmo por los avances científicos y tecnológicos: ya en 1965 tuvo la visión de componer La primera felicitación navideña del ordenador. Esta pieza apareció junto con otras travesuras concretas en The Second Life, publicado en 1968 con gran acogida y ganador del premio Cholmondeley de poesía. El libro también incluía poemas más convencionales de tono realista, entre ellos tres que se convirtieron en lecturas habituales en las aulas escocesas. En En el bar de aperitivos, el narrador se encuentra con un anciano repulsivo. King Billy es una elegía romántica dedicada al más célebre paladín de las tristemente famosas bandas armadas de Glasgow. Se entiende mejor por qué los profesores preferían Trío, un alegre poema navideño sobre un hombre, dos chicas y el bebé —junto con el chihuahua— que llevan en brazos. Un editor londinense sacó Instamatic Poems —«instantáneas» de todo el mundo, que ofrecían un corte transversal de la historia contemporánea. La editorial Carcanet comenzó entonces su papel como principal sello de Morgan con Wi the Haill Voice, sus traducciones al escocés de 25 poemas de Vladímir Maiakovski. Luego, en 1973, publicaron From Glasgow to Saturn, un título que expresaba al mismo tiempo el internacionalismo de Morgan y su absoluta devoción por su ciudad natal. Quienes amaban y admiraban la obra de Morgan se lanzaron con avidez sobre esta segunda gran recopilación. Contenía dos auténticos tours de force. La primera vez que oí La canción del monstruo del lago Ness fue en un espectáculo de talentos de los cursos de verano de la Open University, interpretada por una profesora inglesa con su perfecto acento «¿Sssnnnwhufffl? / ¿Hnwhuffl hhnnwfl hnfl hfl?», y así sucesivamente. Si ella pudo hacerlo, tú también. Los primeros hombres en Mercurio es un poema que he interpretado yo mismo incontables veces. El refinado (inglés) explorador espacial se enfrenta a unos mercurianos extremadamente beligerantes (¿glasgowianos?). “¡Bawr stretter! ¡Bawr. Bawr. Stetterhawl?” Ellos ganan. Al final del poema, el astronauta está balbuceando en un pidgin mercuriano, mientras ellos dominan un inglés estándar. Es una pieza perfecta para leer en público, pero también una reflexión profunda sobre el lenguaje, la clase social y el colonialismo. Conocí a Morgan por primera vez cuando lo invité a reunirse con estudiantes de la Open University en Glasgow. Dio una conferencia penetrante sobre Four Quartets, de T. S. Eliot, y después hizo una lectura de poemas. Ese día fuimos de los primeros en oír La momia, en el que un funcionario francés da la bienvenida a los restos de Ramsés II, trasladados a París para ser tratados científicamente. Lo que presencié por primera vez fue la asombrosa transformación de Eddie Morgan, de académico de modales suaves a un vehículo de las voces y criaturas fantásticas nacidas de su imaginación. Era un lector maravilloso, lo suficientemente claro, justo con el volumen necesario, y, en modo cómico, desternillantemente divertido. Tras la publicación de Selected Poems por Carcanet en 1985, desarrollé el hábito de llevar el libro en el bolsillo cuando iba a las Escuelas de Verano de la Open University. La primera noche buscaba en el bar al grupo de estudiantes con aspecto más travieso, y comenzaba a pasarlo, animándoles a preparar un Miscellany de Edwin Morgan para el espectáculo de talentos de fin de curso. Los resultados eran siempre especiales, sobre todo cuando algún profesor se dejaba convencer para envolverse en papel higiénico e interpretar La momia. La jubilación anticipada de Morgan en la Universidad de Glasgow en 1980 le dio más tiempo para dedicarse a una "tercera vida" como incansable lector en circuitos poéticos, que también acudía a demanda a cualquiera de las escuelas escocesas donde su obra era “estudiada”. Estaba a punto de cumplir 70 cuando Glasgow, nominada Ciudad Europea de la Cultura 1990, le honró como bardo principal. Tuve el privilegio de presidir el acto en que dio su conferencia en ese papel, y luego ofreció lo que, creo, fue su actuación más asombrosa hasta la fecha: la lectura de un poema nativo americano sobre caballos, traducido por Jerome Rothenberg. Morgan también fue un hombre de teatro. Su traducción al escocés de Cyrano, de Edmond Rostand, para la excelente compañía Communicado fue un éxito en el Festival de Edimburgo de 1992. Su versión de Fedra, de Racine, para el Royal Lyceum de Edimburgo en 2000 fue aún más notable. Morgan logró no solo mantener los alejandrinos a lo largo de toda la obra, sino también trasladar el francés clásico de Racine de forma profundamente conmovedora a un lenguaje cercano al habla cotidiana del Glasgow moderno. Ese mismo año, en Glasgow, se estrenó una obra original, AD, sobre la vida de Cristo. Fue denunciada sin haberla visto por varios miembros del clero, pero alabada por su decencia por críticos reflexivos. Su valor como traductor, tanto al escocés como al inglés, es incuestionable; su Collected Translations (1996) abarca casi 500 páginas. Su compromiso con el lenguaje y las lenguas abarcó desde el latín y el anglosajón hasta el ruso, español, alemán, francés e italiano, pasando por la extraña lengua húngara. A las que, por supuesto, añadió el “lenguaje informático”, el idioma del monstruo del lago Ness, el mercuriano y todo tipo de escoceses, etcétera. Morgan trajo el Alto Modernismo de Joyce, Pound y MacDiarmid al terreno de Glasgow y amplió la atención de cualquier lector medianamente alerta a las potencialidades del sonido y el ritmo de las palabras. Rara vez, si es que alguna vez, un escritor reconocido y figura pública ha logrado mantener su privacidad con tanto éxito —otra forma de decir lo que él mismo reconocía como su soledad esencial. Los hechos necesarios sobre su vida son pocos. Nació en 1920 en el West End de Glasgow, y sus gafas sensatas, su pulcro vestir e incluso el ligero indicio de un leve impedimento superado en su voz clara le conferían un aura de clase media-media. Fue hijo único de Madge y Stanley. Sus padres, amorosos a su manera presbiteriana, lo rodeaban de respetabilidad. Su padre fue primero secretario y finalmente director de una pequeña empresa de comerciantes de hierro y acero. Reclutado en 1940 cuando era estudiante en la Universidad de Glasgow, Morgan horrorizó a sus padres al declararse objetor de conciencia. El compromiso lo llevó a ingresar en el Cuerpo Médico Real del Ejército (RAMC). Regresó de una guerra que pasó en Egipto, Líbano y Palestina para obtener en 1947 un título de primera clase en Literatura Inglesa. El Informe Wolfenden aún estaba a varios años de distancia. Los homosexuales de la edad y clase de Morgan no podían revelarse sin arriesgarse a la prisión. Sus padres, sin saberlo, le habían proporcionado un profesor de piano gay, y su interés por el ruso se confirmó por primera vez gracias a un estudiante heterosexual de la materia del que se enamoró perdidamente. Las Fuerzas Armadas durante la guerra le brindaron una cobertura parcial. En 1990, Morgan finalmente “salió del armario” en una entrevista con un escritor gay más joven, Christopher Whyte, donde habló del “terrible tipo de aislamiento” que sufrían los homosexuales en el Glasgow de posguerra. Era fácil hablar con él, pero difícil “conocerlo”. Incluso en esos años sesenta de Second Life no se integró con el grupo destacado de escritores más jóvenes (Alasdair Gray, Tom Leonard, Liz Lochhead y otros) que se reunían alrededor de su colega universitario Philip Hobsbaum. Estaba abierto a la cultura popular, amaba el cine y a los Beatles. De manera discreta, era amable y generoso con sus compañeros escritores. Pero no solo era poco sociable, sino casi imposible de encajar en editoriales. Nunca lo vi beber más de medio vaso de cerveza. Si se le invitaba a leer en un evento en Edimburgo, se le programaba al principio para que pudiera llegar con tiempo a Anniesland y acostarse temprano. Sin embargo, sus palabras se extendían en órbitas cada vez más amplias, llegando a escenarios, teatros, salas de concierto, a niños de doce años en sus clases y a veteranos en academias extranjeras. El poeta y amigo Angus Colder nos habla sobre Morgan Cuando empezaron los años sesenta, Edwin Morgan ya tenía cuarenta. Nadie habría podido predecir que, al terminar la década, estaría consolidándose como uno de los poetas contemporáneos más leídos en lengua inglesa, y mucho menos que, bastante antes del año 2000, algunos críticos bien considerados llegarían a aclamarlo como el escritor escocés más poderoso desde Hugh MacDiarmid. En un poema autobiográfico, Siete décadas, Morgan escribió sobre los años cincuenta: «A los treinta pensé que la vida se me había pasado... Y semana tras semana tras semana me esforzaba por liberarme, sudaba por decir algo». Mientras enseñaba en la Universidad de Glasgow, Morgan escribió trabajos útiles y reseñas interesantes, como hacen los profesores más comprometidos y curiosos. Era un crítico excelente —tanto de prosa como de poesía— y un estudioso riguroso con amplios horizontes. Llegó a adquirir cierta reputación como traductor de poesía, con un interés especial por la literatura rusa. Y de pronto —¡zas!— los años sesenta fueron tan suyos como lo fueron de Warhol o de los Beatles. En 1962 se mudó del hogar familiar a su propio piso en Anniesland. Reservado y erudito, era un romántico encubierto cuya novela favorita era Cumbres borrascosas. En 1963 vivió por fin su primera relación amorosa plena, con John Scott, un católico romano de familia obrera que trabajaba como almacenista. The Second Life también nos ofreció un estremecedor estallido al estilo beat sobre La muerte de Marilyn Monroe, y un espléndido poema de amor, Fresas, que ya le reveló como homosexual a muchos de nosotros, años antes de que Morgan saliera del armario. Pero había más: paisajes infernales imaginarios (En el escudo de Sobieski, Desde el dominio de Arnhem) —no en vano El paraíso perdido era uno de los poemas favoritos de Morgan—, y experimentos hilarantes con el lenguaje. La perra espacial rusa Laika envía un mensaje al primer astronauta, Yuri Gagarin: «¡estrella! ¡mancha! ¡sputt! ¡alto! ¡estrella! sputsput! estrella! surtidor! chorro! arranque!» star! spot! sputt! stop! star! sputsput! star! spout! spurt! start!" En 1969, la fama mundial de Morgan despegó al ser incluido en Penguin Modern Poets 15. A medida que el libro circulaba por el mundo, era como si se hubiera roto una presa que impedía la plena expresión de Morgan. Los años 1972 y 1973 fueron anni mirabiles. Una pequeña editorial de Peeblesshire publicó sus Sonetos de Glasgow, que atrajeron críticas importantes. Y bien merecido que lo tenían. Una línea en particular —«El perro escuálido folla con desgana junto al callejón»— ejemplifica la intuición de Morgan de que una sola palabra escocesa en un poema en inglés puede tener un impacto enorme. ("The shilpit dog fucks grimly by the close" Shilpit, como cualquiera puede adivinar, significa “con aspecto famélico”.) No hay una conexión evidente entre el amor romántico y la poesía concreta, pero Morgan supo hacer maravillas con una moda internacional que muchos se alegraron de ver desaparecer. El movimiento de la poesía concreta claramente estimulaba su entusiasmo por los avances científicos y tecnológicos: ya en 1965 tuvo la visión de componer La primera felicitación navideña del ordenador. Esta pieza apareció junto con otras travesuras concretas en The Second Life, publicado en 1968 con gran acogida y ganador del premio Cholmondeley de poesía. El libro también incluía poemas más convencionales de tono realista, entre ellos tres que se convirtieron en lecturas habituales en las aulas escocesas. En En el bar de aperitivos, el narrador se encuentra con un anciano repulsivo. King Billy es una elegía romántica dedicada al más célebre paladín de las tristemente famosas bandas armadas de Glasgow. Se entiende mejor por qué los profesores preferían Trío, un alegre poema navideño sobre un hombre, dos chicas y el bebé —junto con el chihuahua— que llevan en brazos. Un editor londinense sacó Instamatic Poems —«instantáneas» de todo el mundo, que ofrecían un corte transversal de la historia contemporánea. La editorial Carcanet comenzó entonces su papel como principal sello de Morgan con Wi the Haill Voice, sus traducciones al escocés de 25 poemas de Vladímir Maiakovski. Luego, en 1973, publicaron From Glasgow to Saturn, un título que expresaba al mismo tiempo el internacionalismo de Morgan y su absoluta devoción por su ciudad natal. Quienes amaban y admiraban la obra de Morgan se lanzaron con avidez sobre esta segunda gran recopilación. Contenía dos auténticos tours de force. La primera vez que oí La canción del monstruo del lago Ness fue en un espectáculo de talentos de los cursos de verano de la Open University, interpretada por una profesora inglesa con su perfecto acento «¿Sssnnnwhufffl? / ¿Hnwhuffl hhnnwfl hnfl hfl?», y así sucesivamente. Si ella pudo hacerlo, tú también. Los primeros hombres en Mercurio es un poema que he interpretado yo mismo incontables veces. El refinado (inglés) explorador espacial se enfrenta a unos mercurianos extremadamente beligerantes (¿glasgowianos?). “¡Bawr stretter! ¡Bawr. Bawr. Stetterhawl?” Ellos ganan. Al final del poema, el astronauta está balbuceando en un pidgin mercuriano, mientras ellos dominan un inglés estándar. Es una pieza perfecta para leer en público, pero también una reflexión profunda sobre el lenguaje, la clase social y el colonialismo. Conocí a Morgan por primera vez cuando lo invité a reunirse con estudiantes de la Open University en Glasgow. Dio una conferencia penetrante sobre Four Quartets, de T. S. Eliot, y después hizo una lectura de poemas. Ese día fuimos de los primeros en oír La momia, en el que un funcionario francés da la bienvenida a los restos de Ramsés II, trasladados a París para ser tratados científicamente. Lo que presencié por primera vez fue la asombrosa transformación de Eddie Morgan, de académico de modales suaves a un vehículo de las voces y criaturas fantásticas nacidas de su imaginación. Era un lector maravilloso, lo suficientemente claro, justo con el volumen necesario, y, en modo cómico, desternillantemente divertido. Tras la publicación de Selected Poems por Carcanet en 1985, desarrollé el hábito de llevar el libro en el bolsillo cuando iba a las Escuelas de Verano de la Open University. La primera noche buscaba en el bar al grupo de estudiantes con aspecto más travieso, y comenzaba a pasarlo, animándoles a preparar un Miscellany de Edwin Morgan para el espectáculo de talentos de fin de curso. Los resultados eran siempre especiales, sobre todo cuando algún profesor se dejaba convencer para envolverse en papel higiénico e interpretar La momia. La jubilación anticipada de Morgan en la Universidad de Glasgow en 1980 le dio más tiempo para dedicarse a una "tercera vida" como incansable lector en circuitos poéticos, que también acudía a demanda a cualquiera de las escuelas escocesas donde su obra era “estudiada”. Estaba a punto de cumplir 70 cuando Glasgow, nominada Ciudad Europea de la Cultura 1990, le honró como bardo principal. Tuve el privilegio de presidir el acto en que dio su conferencia en ese papel, y luego ofreció lo que, creo, fue su actuación más asombrosa hasta la fecha: la lectura de un poema nativo americano sobre caballos, traducido por Jerome Rothenberg. Morgan también fue un hombre de teatro. Su traducción al escocés de Cyrano, de Edmond Rostand, para la excelente compañía Communicado fue un éxito en el Festival de Edimburgo de 1992. Su versión de Fedra, de Racine, para el Royal Lyceum de Edimburgo en 2000 fue aún más notable. Morgan logró no solo mantener los alejandrinos a lo largo de toda la obra, sino también trasladar el francés clásico de Racine de forma profundamente conmovedora a un lenguaje cercano al habla cotidiana del Glasgow moderno. Ese mismo año, en Glasgow, se estrenó una obra original, AD, sobre la vida de Cristo. Fue denunciada sin haberla visto por varios miembros del clero, pero alabada por su decencia por críticos reflexivos. Su valor como traductor, tanto al escocés como al inglés, es incuestionable; su Collected Translations (1996) abarca casi 500 páginas. Su compromiso con el lenguaje y las lenguas abarcó desde el latín y el anglosajón hasta el ruso, español, alemán, francés e italiano, pasando por la extraña lengua húngara. A las que, por supuesto, añadió el “lenguaje informático”, el idioma del monstruo del lago Ness, el mercuriano y todo tipo de escoceses, etcétera. Morgan trajo el Alto Modernismo de Joyce, Pound y MacDiarmid al terreno de Glasgow y amplió la atención de cualquier lector medianamente alerta a las potencialidades del sonido y el ritmo de las palabras. Rara vez, si es que alguna vez, un escritor reconocido y figura pública ha logrado mantener su privacidad con tanto éxito —otra forma de decir lo que él mismo reconocía como su soledad esencial. Los hechos necesarios sobre su vida son pocos. Nació en 1920 en el West End de Glasgow, y sus gafas sensatas, su pulcro vestir e incluso el ligero indicio de un leve impedimento superado en su voz clara le conferían un aura de clase media-media. Fue hijo único de Madge y Stanley. Sus padres, amorosos a su manera presbiteriana, lo rodeaban de respetabilidad. Su padre fue primero secretario y finalmente director de una pequeña empresa de comerciantes de hierro y acero. Reclutado en 1940 cuando era estudiante en la Universidad de Glasgow, Morgan horrorizó a sus padres al declararse objetor de conciencia. El compromiso lo llevó a ingresar en el Cuerpo Médico Real del Ejército (RAMC). Regresó de una guerra que pasó en Egipto, Líbano y Palestina para obtener en 1947 un título de primera clase en Literatura Inglesa. El Informe Wolfenden aún estaba a varios años de distancia. Los homosexuales de la edad y clase de Morgan no podían revelarse sin arriesgarse a la prisión. Sus padres, sin saberlo, le habían proporcionado un profesor de piano gay, y su interés por el ruso se confirmó por primera vez gracias a un estudiante heterosexual de la materia del que se enamoró perdidamente. Las Fuerzas Armadas durante la guerra le brindaron una cobertura parcial. En 1990, Morgan finalmente “salió del armario” en una entrevista con un escritor gay más joven, Christopher Whyte, donde habló del “terrible tipo de aislamiento” que sufrían los homosexuales en el Glasgow de posguerra. Era fácil hablar con él, pero difícil “conocerlo”. Incluso en esos años sesenta de Second Life no se integró con el grupo destacado de escritores más jóvenes (Alasdair Gray, Tom Leonard, Liz Lochhead y otros) que se reunían alrededor de su colega universitario Philip Hobsbaum. Estaba abierto a la cultura popular, amaba el cine y a los Beatles. De manera discreta, era amable y generoso con sus compañeros escritores. Pero no solo era poco sociable, sino casi imposible de encajar en editoriales. Nunca lo vi beber más de medio vaso de cerveza. Si se le invitaba a leer en un evento en Edimburgo, se le programaba al principio para que pudiera llegar con tiempo a Anniesland y acostarse temprano. Sin embargo, sus palabras se extendían en órbitas cada vez más amplias, llegando a escenarios, teatros, salas de concierto, a niños de doce años en sus clases y a veteranos en academias extranjeras. El poeta y amigo Angus Colder nos habla sobre Morgan Cuando empezaron los años sesenta, Edwin Morgan ya tenía cuarenta. Nadie habría podido predecir que, al terminar la década, estaría consolidándose como uno de los poetas contemporáneos más leídos en lengua inglesa, y mucho menos que, bastante antes del año 2000, algunos críticos bien considerados llegarían a aclamarlo como el escritor escocés más poderoso desde Hugh MacDiarmid. En un poema autobiográfico, Siete décadas, Morgan escribió sobre los años cincuenta: «A los treinta pensé que la vida se me había pasado... Y semana tras semana tras semana me esforzaba por liberarme, sudaba por decir algo». Mientras enseñaba en la Universidad de Glasgow, Morgan escribió trabajos útiles y reseñas interesantes, como hacen los profesores más comprometidos y curiosos. Era un crítico excelente —tanto de prosa como de poesía— y un estudioso riguroso con amplios horizontes. Llegó a adquirir cierta reputación como traductor de poesía, con un interés especial por la literatura rusa. Y de pronto —¡zas!— los años sesenta fueron tan suyos como lo fueron de Warhol o de los Beatles. En 1962 se mudó del hogar familiar a su propio piso en Anniesland. Reservado y erudito, era un romántico encubierto cuya novela favorita era Cumbres borrascosas. En 1963 vivió por fin su primera relación amorosa plena, con John Scott, un católico romano de familia obrera que trabajaba como almacenista. The Second Life también nos ofreció un estremecedor estallido al estilo beat sobre La muerte de Marilyn Monroe, y un espléndido poema de amor, Fresas, que ya le reveló como homosexual a muchos de nosotros, años antes de que Morgan saliera del armario. Pero había más: paisajes infernales imaginarios (En el escudo de Sobieski, Desde el dominio de Arnhem) —no en vano El paraíso perdido era uno de los poemas favoritos de Morgan—, y experimentos hilarantes con el lenguaje. La perra espacial rusa Laika envía un mensaje al primer astronauta, Yuri Gagarin: «¡estrella! ¡mancha! ¡sputt! ¡alto! ¡estrella! sputsput! estrella! surtidor! chorro! arranque!» star! spot! sputt! stop! star! sputsput! star! spout! spurt! start!" En 1969, la fama mundial de Morgan despegó al ser incluido en Penguin Modern Poets 15. A medida que el libro circulaba por el mundo, era como si se hubiera roto una presa que impedía la plena expresión de Morgan. Los años 1972 y 1973 fueron anni mirabiles. Una pequeña editorial de Peeblesshire publicó sus Sonetos de Glasgow, que atrajeron críticas importantes. Y bien merecido que lo tenían. Una línea en particular —«El perro escuálido folla con desgana junto al callejón»— ejemplifica la intuición de Morgan de que una sola palabra escocesa en un poema en inglés puede tener un impacto enorme. ("The shilpit dog fucks grimly by the close" Shilpit, como cualquiera puede adivinar, significa “con aspecto famélico”.) No hay una conexión evidente entre el amor romántico y la poesía concreta, pero Morgan supo hacer maravillas con una moda internacional que muchos se alegraron de ver desaparecer. El movimiento de la poesía concreta claramente estimulaba su entusiasmo por los avances científicos y tecnológicos: ya en 1965 tuvo la visión de componer La primera felicitación navideña del ordenador. Esta pieza apareció junto con otras travesuras concretas en The Second Life, publicado en 1968 con gran acogida y ganador del premio Cholmondeley de poesía. El libro también incluía poemas más convencionales de tono realista, entre ellos tres que se convirtieron en lecturas habituales en las aulas escocesas. En En el bar de aperitivos, el narrador se encuentra con un anciano repulsivo. King Billy es una elegía romántica dedicada al más célebre paladín de las tristemente famosas bandas armadas de Glasgow. Se entiende mejor por qué los profesores preferían Trío, un alegre poema navideño sobre un hombre, dos chicas y el bebé —junto con el chihuahua— que llevan en brazos. Un editor londinense sacó Instamatic Poems —«instantáneas» de todo el mundo, que ofrecían un corte transversal de la historia contemporánea. La editorial Carcanet comenzó entonces su papel como principal sello de Morgan con Wi the Haill Voice, sus traducciones al escocés de 25 poemas de Vladímir Maiakovski. Luego, en 1973, publicaron From Glasgow to Saturn, un título que expresaba al mismo tiempo el internacionalismo de Morgan y su absoluta devoción por su ciudad natal. Quienes amaban y admiraban la obra de Morgan se lanzaron con avidez sobre esta segunda gran recopilación. Contenía dos auténticos tours de force. La primera vez que oí La canción del monstruo del lago Ness fue en un espectáculo de talentos de los cursos de verano de la Open University, interpretada por una profesora inglesa con su perfecto acento «¿Sssnnnwhufffl? / ¿Hnwhuffl hhnnwfl hnfl hfl?», y así sucesivamente. Si ella pudo hacerlo, tú también. Los primeros hombres en Mercurio es un poema que he interpretado yo mismo incontables veces. El refinado (inglés) explorador espacial se enfrenta a unos mercurianos extremadamente beligerantes (¿glasgowianos?). “¡Bawr stretter! ¡Bawr. Bawr. Stetterhawl?” Ellos ganan. Al final del poema, el astronauta está balbuceando en un pidgin mercuriano, mientras ellos dominan un inglés estándar. Es una pieza perfecta para leer en público, pero también una reflexión profunda sobre el lenguaje, la clase social y el colonialismo. Conocí a Morgan por primera vez cuando lo invité a reunirse con estudiantes de la Open University en Glasgow. Dio una conferencia penetrante sobre Four Quartets, de T. S. Eliot, y después hizo una lectura de poemas. Ese día fuimos de los primeros en oír La momia, en el que un funcionario francés da la bienvenida a los restos de Ramsés II, trasladados a París para ser tratados científicamente. Lo que presencié por primera vez fue la asombrosa transformación de Eddie Morgan, de académico de modales suaves a un vehículo de las voces y criaturas fantásticas nacidas de su imaginación. Era un lector maravilloso, lo suficientemente claro, justo con el volumen necesario, y, en modo cómico, desternillantemente divertido. Tras la publicación de Selected Poems por Carcanet en 1985, desarrollé el hábito de llevar el libro en el bolsillo cuando iba a las Escuelas de Verano de la Open University. La primera noche buscaba en el bar al grupo de estudiantes con aspecto más travieso, y comenzaba a pasarlo, animándoles a preparar un Miscellany de Edwin Morgan para el espectáculo de talentos de fin de curso. Los resultados eran siempre especiales, sobre todo cuando algún profesor se dejaba convencer para envolverse en papel higiénico e interpretar La momia. La jubilación anticipada de Morgan en la Universidad de Glasgow en 1980 le dio más tiempo para dedicarse a una "tercera vida" como incansable lector en circuitos poéticos, que también acudía a demanda a cualquiera de las escuelas escocesas donde su obra era “estudiada”. Estaba a punto de cumplir 70 cuando Glasgow, nominada Ciudad Europea de la Cultura 1990, le honró como bardo principal. Tuve el privilegio de presidir el acto en que dio su conferencia en ese papel, y luego ofreció lo que, creo, fue su actuación más asombrosa hasta la fecha: la lectura de un poema nativo americano sobre caballos, traducido por Jerome Rothenberg. Morgan también fue un hombre de teatro. Su traducción al escocés de Cyrano, de Edmond Rostand, para la excelente compañía Communicado fue un éxito en el Festival de Edimburgo de 1992. Su versión de Fedra, de Racine, para el Royal Lyceum de Edimburgo en 2000 fue aún más notable. Morgan logró no solo mantener los alejandrinos a lo largo de toda la obra, sino también trasladar el francés clásico de Racine de forma profundamente conmovedora a un lenguaje cercano al habla cotidiana del Glasgow moderno. Ese mismo año, en Glasgow, se estrenó una obra original, AD, sobre la vida de Cristo. Fue denunciada sin haberla visto por varios miembros del clero, pero alabada por su decencia por críticos reflexivos. Su valor como traductor, tanto al escocés como al inglés, es incuestionable; su Collected Translations (1996) abarca casi 500 páginas. Su compromiso con el lenguaje y las lenguas abarcó desde el latín y el anglosajón hasta el ruso, español, alemán, francés e italiano, pasando por la extraña lengua húngara. A las que, por supuesto, añadió el “lenguaje informático”, el idioma del monstruo del lago Ness, el mercuriano y todo tipo de escoceses, etcétera. Morgan trajo el Alto Modernismo de Joyce, Pound y MacDiarmid al terreno de Glasgow y amplió la atención de cualquier lector medianamente alerta a las potencialidades del sonido y el ritmo de las palabras. Rara vez, si es que alguna vez, un escritor reconocido y figura pública ha logrado mantener su privacidad con tanto éxito —otra forma de decir lo que él mismo reconocía como su soledad esencial. Los hechos necesarios sobre su vida son pocos. Nació en 1920 en el West End de Glasgow, y sus gafas sensatas, su pulcro vestir e incluso el ligero indicio de un leve impedimento superado en su voz clara le conferían un aura de clase media-media. Fue hijo único de Madge y Stanley. Sus padres, amorosos a su manera presbiteriana, lo rodeaban de respetabilidad. Su padre fue primero secretario y finalmente director de una pequeña empresa de comerciantes de hierro y acero. Reclutado en 1940 cuando era estudiante en la Universidad de Glasgow, Morgan horrorizó a sus padres al declararse objetor de conciencia. El compromiso lo llevó a ingresar en el Cuerpo Médico Real del Ejército (RAMC). Regresó de una guerra que pasó en Egipto, Líbano y Palestina para obtener en 1947 un título de primera clase en Literatura Inglesa. El Informe Wolfenden aún estaba a varios años de distancia. Los homosexuales de la edad y clase de Morgan no podían revelarse sin arriesgarse a la prisión. Sus padres, sin saberlo, le habían proporcionado un profesor de piano gay, y su interés por el ruso se confirmó por primera vez gracias a un estudiante heterosexual de la materia del que se enamoró perdidamente. Las Fuerzas Armadas durante la guerra le brindaron una cobertura parcial. En 1990, Morgan finalmente “salió del armario” en una entrevista con un escritor gay más joven, Christopher Whyte, donde habló del “terrible tipo de aislamiento” que sufrían los homosexuales en el Glasgow de posguerra. Era fácil hablar con él, pero difícil “conocerlo”. Incluso en esos años sesenta de Second Life no se integró con el grupo destacado de escritores más jóvenes (Alasdair Gray, Tom Leonard, Liz Lochhead y otros) que se reunían alrededor de su colega universitario Philip Hobsbaum. Estaba abierto a la cultura popular, amaba el cine y a los Beatles. De manera discreta, era amable y generoso con sus compañeros escritores. Pero no solo era poco sociable, sino casi imposible de encajar en editoriales. Nunca lo vi beber más de medio vaso de cerveza. Si se le invitaba a leer en un evento en Edimburgo, se le programaba al principio para que pudiera llegar con tiempo a Anniesland y acostarse temprano. Sin embargo, sus palabras se extendían en órbitas cada vez más amplias, llegando a escenarios, teatros, salas de concierto, a niños de doce años en sus clases y a veteranos en academias extranjeras.

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