

¿Demasiado valientes?
"En la recepción había un programa de un concierto de Harry Lauder, el artista escocés de vodevil de los años 20, con una foto de su famosa imagen vestido con el quilt y el bastón retorcido que se convertiría en su sello. Isabel sonrió; su padre había querido mucho a Harry Lauder y solía cantar sus canciones para ella y su hermano cuando eran niños. “Keep Right On to the End of the Road” aún la conmovía, aunque las palabras parecieran sentimentales al verlas escritas. “Cada camino en la vida es un largo, largo camino/Lleno de alegría y también de pena.” ¿Triste? Sí, lo era, pero a menudo la verdad es triste, y no por eso deja de ser menos verdad. ¿Y no había cantado aquella estrofa el mismísimo día en que se enteró de la muerte de su único hijo en las trincheras, en Francia? Insistió en seguir en el escenario cantando cuando en su interior su corazón debía estar destrozado. Entonces, la gente hacía esas cosas. Eran valientes.
¿O eran demasiado valientes?, se preguntó Isabel. ¿Demasiado valientes, hasta el punto de ser manipulados en nombre de un patriotismo vanidoso, de un chovinismo que los llevaba dócilmente al matadero? ¿Debía uno ser valiente ante la pérdida de su único hijo o, por el contrario, derrumbarse y llorar por el desperdicio, por lo absurdo de la pérdida? ¿Debía rebelarse contra todo ese sistema monstruoso que enviaba a los jóvenes como un rebaño a subir por esas escaleras, a avanzar a trompicones por el fango y adentrarse en cortinas de fuego de ametralladora? ¿Por qué habría que ser valiente ante eso?

Diagnóstico: amor profundo
"Con Charlie cómodamente instalado en el cabestrillo que llevaba Jamie. Isabel comentó, –debe de ser una sensación maravillosa, el que te lleven así tan calentito y seguro–. Y comenzaron a andar por el serpenteante camino que llevaba a la cima. Jamie le dejó el dedo a Charlie, y el bebe lo agarró con fuerza. –Mira–, dijo Jamie, señalando en la dirección del puñito alrededor de su dedo índice. –Mira.
Isabel sonrió ante la escena. Había sido testigo del progresivo enamoramiento de Jamie con su hijo Charlie, había observado cada etapa, desde la sorpresa inicial y el descubrimiento hasta este emblemático momento, cada acto de ternura de Jamie confirmaba su diagnóstico de amor profundo. Nunca lo habían comentado, y pensaba que así era mejor; una declaración de amor podía debilitar su misterio, reducirlo a algo mundano. Decir por teléfono, te quiero, como oía que hacía la gente, podía ser peligroso, porque convertía lo extraordinario en ordinario.

Un soplo de viento
"Por un momento, Isabel se quedó de pie delante de la ventana abierta, sintiendo el recorrer del aire en sus brazos desnudos. ¿Quién era el que se colocaba de pie desnudo delante de la ventana abierta, incluso en invierno, y tomaba lo que él llamaba “un baño de aire”? Tuvo que rastrear en su memoria unos buenos minutos antes que la respuesta llegara: Lord Monboddo, el filósofo y juez del siglo XVIII, él que, a su curiosa manera, había predicho a Darwin, pero fue ridiculizado por su insistencia en que los hombres una vez tuvieron cola.
Le gustaba la idea de un baño de aire; le gustaban la brisa y los vientos, los encontraba muy interesantes. “Los vientos cuando soplan deben de venir de alguna parte…”. Le vino a la cabeza el evocador verso de Auden. Si claro, los vientos vienen de alguna parte, pero ese no era el sentido de la observación; el sentido estaba en que había misterios que no podíamos resolver, respuestas que no podíamos dar.”

Y de mayor será...
" –Le llevaré al canal, –dijo Grace–. Le encantan los barcos. Quizás de mayor sea marinero.
Isabel frunció el ceño. Charlie no sería marinero. Sería…. Su ceño se transformó en sonrisa. Imaginaba que habría madres que decidían la carrera de sus hijos cuando aún los tenían en sus brazos, igual que en el pasado los prometían en matrimonio. Por supuesto hoy ya nadie hace eso, pero aún así nos esforzamos para asegurarnos que nuestros hijos resulten ser razonablemente parecidos a nosotros. Les inscribimos en religiones; les hacemos aprender a tocar el instrumento que nos hubiera gustado tocar; les cargamos con nombres familiares. Y aquí estaba ella pensando en que Charlie no sería marinero, porque el ser marinero no entraba en sus perspectivas. Pero podría “querer” ser marinero…
–Si, –dijo Isabel–. Quizás sea marinero. Todo es posible.
–Pero no soldado–, dijo Grace.
Isabel coincidía. Charlie nunca sería soldado. Sería demasiado amable para eso. Sería como su padre, como Jamie. Sería músico. Sería amable. Jamie nunca apuntaría a nadie con un rifle, pensó, incluso aunque se lo merecieran, como claro siempre ocurría con tus enemigos.

Suerte
"¿Qué le hizo a Isabel Dalhousie pensar en “la suerte”? Fue una de esas curiosas coincidencias –una sin consecuencias– como cuando al dar la vuelta a una esquina nos encontramos de frente justo con la persona en la que estábamos pensando. O cuando contestamos al teléfono y oímos al otro lado del teléfono la voz del amigo a quién estábamos pensando en llamar. Esas cosas nos hacen creer en la telepatía, o en “la pura suerte”, cosa que nos halaga pensar que juega un pequeño papel en nuestras vidas.
No obstante “la suerte”, pensó Isabel, determina en gran medida lo que nos ocurre, desde la lotería inicial del nacimiento en adelante. Nos gusta creer que planeamos lo que nos ocurre, pero probablemente sea “la suerte”, lo que yace de fondo en muchos de los grandes hitos de nuestra vida: el encuentro con la persona con la que estábamos destinados a pasar el resto de nuestros días, el recibir el consejo que influirá en la elección de nuestra carrera, el ver una casa particular a la venta; todos esos hechos podrían deberse a “la suerte”, y aún así gobernarán como será nuestra vida y cuan felices –o infelices– vamos a ser."