―Sí, pagaría―, le dijo al médico el Sr. J.L.B.Matekoni.
Pero eso no significa nada, se dijo a sí mismo. Si había la posibilidad de un milagro –aunque fuera remota– él la cogería. Y era razonable que se pagase por un milagro, cuando en esta vida todo lo demás parecía costar dinero, excepto el amor, quizás, que no costaba nada, que a menudo resultaba ser incondicional y, aún más, que le hacía creer a uno en la posibilidad de los milagros.
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